Se nos perdió de vista practicar la reciprocidad con la Tierra, nos hemos distraído por cientos de años en realizar modelos de progreso, ideas de éxito, una sociedad masivamente enfocada en acumular bienes, en enriquecernos desde el individualismo. Perdimos el sentido de Comunidad. Hemos olvidado el balance que requiere el Orden Natural, por siglos catalogamos al cuerpo, al placer, a la sangre como algo sucio, lejano a lo Sagrado.
Vivimos tiempos donde atravesamos un Umbral, parecido al canal de parto, una línea invisible entre la vida y la muerte. Esto nos invita y obliga a mirar hacia adentro, a reducir considerablemente nuestros hábitos de consumo, a reflexionar sobre varios aspectos de nuestra vida, a revisar cómo estamos realmente y sin duda, a reacomodar las prioridades.
Además de la capacidad creativa, el vínculo y los afectos son cualidades que nos definen como seres humanos. En realidad, no hay manera de sobrevivir de manera sana en solitario, somos seres de tribu y de manada, de jerarquías naturales, parecidas a los lobos. Nos necesitamos.
En el olvido está la enfermedad. Los síntomas de la enfermedad de la humanidad son la depresión y la ansiedad. Hay una epidemia de depresión masiva.
Vivimos inquietos por carencia de vínculos afectivos reales que contengan, que sostengan emocional y espiritualmente. La pérdida de la Comunidad, que es donde nace la naturaleza humana primigenia, es uno de los eslabones que enterramos profundo por entregarnos ciegamente a un sistema que mantenía la promesa del progreso, que pasó por encima de la vida, como una aplanadora que devora los bosques y no pide permiso para entrar. Esta pérdida nos hace vivir en duelo constante sin darnos cuenta.
La enfermedad del olvido también tiene raíz en relacionarnos con la Tierra como si fuera un recurso o “materia prima”, y no como lo que es: un Ser Vivo y consciente, es nuestra casa. Las personas humanas somos parte de una gran familia planetaria, absolutamente todos los seres que habitamos en la Tierra necesitamos de agua y oxígeno para sobrevivir, lo que respiramos es lo que expiran las plantas y árboles y viceversa. Estamos profundamente interconectados.
Es ilógico y suicida seguir practicando la destrucción de los ecosistemas, la voracidad por la riqueza exacerbada, la minería a cielo abierto. No podemos ser la especie que se viola a sí misma. No más. En ninguna otra especie se transgreden estas leyes naturales, sólo nosotros, personas humanas, hemos ido en contra del movimiento de la Vida, por miedo a la Naturaleza, a estar expuestos y vulnerables. Se nos olvidó por completo que somos una pequeña parte del Gran Círculo de la Vida. No el centro de éste.
En estos tiempos suena a delirio poder hablar con un río o con un árbol. Suena aún más extraño sentir un vínculo de parentesco genuino con el Sol como un Padre Mayor, o con los pájaros como aliados mensajeros, o escuchar el canto de las flores. No es romanticismo, es abrirse a escuchar otros lenguajes.
En los orígenes de nuestra homosapiensialidad, estos vínculos afectivos íntimos con la Vida se desarrollaron de manera natural. Así como sentimos cariño y amor profundo hacia nuestra Madre biológica cuando somos pequeños o con nuestros hermanos y hermanas. Así también se tejía la relación de interconectividad natural con el gran Tejido de la Vida. Se nos olvidó fomentar y sostener estos afectos y de ahí viene una de las principales causas del sentido de desolación que habita en muchas personas humanas en estos tiempos.
¿Cuál es el sentido de un mundo separado y sobreprotegido, anestesiado? ¿De una Tierra erosionada, de la humanidad fragmentada, de la vida individualista?
No propongo mirar al pasado con nostalgia, o hacer una crítica al sistema y a la humanidad. Es importante dar nombre, sin culpa. Con responsabilidad en el presente.
Creo que hay aún esperanza de renovación de votos con la Vida misma. Soy promotora de la regeneración de la esperanza en el espíritu humano. Hay quienes somos guardianes del Fuego del Espíritu humano. Creo que la espiritualidad urgente de estos tiempos tiene que estar vinculada profundamente con la Naturaleza. Es un acto de recordar. Una de las formas que encuentro más afines a la recuperar la memoria de nuestros huesos, es la práctica de los rituales o Ritos de Paso.
Propongo que hagas una pausa a la lectura y te des un momento de silencio para continuar leyendo.
– Toma unos segundos para inhalar y exhalar profundo, contemplando tus sensaciones en relación a lo que acabas de leer en los párrafos anteriores.
– Respira más profundo y trae a tu emoción un motivo para agradecer.
– Permite que la sensación de gratitud habite absolutamente toda tu emoción, y con cada respiración, vas a llevar esta gratitud a cada parte de tu cuerpo y mente.
– Ahora, de nuevo, trae a tu mente otros dos motivos por los cuales quieres agradecer, permite que surjan de manera natural y sin esfuerzo.
– Habita la gratitud y continúa leyendo.
– Si puedes, prende una vela e impregna en el fuego tu gratitud para que se comparta con todo tu entorno.
(*práctica inspirada en el Trabajo Que Reconecta de Joanna Macy)
Estamos en una encrucijada colectiva. Tenemos la opción de elegir el camino de la memoria, que es hacer una especie de arqueología de nuestro Ser. Cada quien encontrará las pistas, las alianzas y la vía para ir recordando.
Desde mi punto de vista, lo que es urgente por re-cordar, es decir, jalar los hilitos de vuelta al corazón. Es que somos Sagrados, la Materia (Madre), la Tierra: lo material es sagrado. La divinidad, el misterio, el aliento de vida, Dios, Gran Espíritu o como le quieras llamar, nos habita. Somos esa Llama Divina. Y de nada sirve saberlo si no lo encarnamos.
Hemos dedicado siglos como humanidad a sembrar la creencia de que lo Sagrado siempre es inalcanzable, o pertenece solamente a un cierto tiempo y espacio. No es común encontrar quién pueda realmente vivirse con integridad. Esa es también una de las razones de la depresión epidémica.
Mucho hemos sostenido afuera. Estos tiempos de profunda transformación nos invitan a absolutamente todas las personas humanas a ir adentro, adentro de nuestras casas, adentro de nuestras sensaciones y emociones, a mirar con crudeza cómo estamos realmente, a no huir del presente.
Esto que vivimos es una Iniciación a nivel colectivo, tenemos en nuestras manos una gran oportunidad para renovarnos, con toda la incertidumbre que nos traen las olas del Tiempo. Podemos encender las velas de la memoria y regenerar el espíritu erosionado por el olvido de sí.
Una vía para recordar es hacer Comunidad, un tejido humano donde llamamos a nuestros vínculos a hacerse presentes y acompañarnos, en el cotidiano y en distintas etapas de transformación. Esto implica reciprocidad y un compromiso mutuo, tejer lazos afectivos con la familia de sangre y la que elegimos. Una de las formas más poderosas que he conocido es la práctica de los rituales o Ritos de Paso. Se crea un espacio que nos permite recrearnos para celebrar, agradecer, vivir duelos, dar la bienvenida a los nacimientos, a los cambios de un estado de ser a otro.
El cuerpo es donde el espíritu se desarrolla, desde el espacio físico accedemos al mundo espiritual. Cuando realizamos Ritos de Paso creamos una conexión con el Círculo de la Vida, hacemos uso de herramientas y tecnologías ancestrales y modernas como símbolos, movimientos, arte, palabra, belleza. Propiciamos la conexión con la Vida y el flujo Sagrado que existe en todo lo que hay. Acompañamos el proceso de recordarnos, la importancia de la mirada y el sentido de pertenencia.
La intención de cada Ceremonia es la de acceder a la memoria antigua, esa que habita en lo profundo de la psique y el corazón de la humanidad. A través del espiral de la vida, recorremos un mapa-ritual que nos conecta con lo esencial y nos apoya en el desarrollo de la consciencia, son parte del cambio que necesita la Tierra como nuestro Hogar porque nos vinculan de nuevo.
Recordar es regresar a casa.
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